10/10/13

Dear Alice


Algunas veces estos suecos aciertan y este año es uno de esos. Desde Sidecar llevamos años celebrando la publicacion de cada nuevo libro de la gran maestra canadiense, subyugadas y maravilladas ante sus personajes, tan corrientes en apariencia, tan poliédricos gracias a la profundidad de su mirada. Y cuando todo el esperable tumulto creado por el premio Nobel cese, seguiremos amándola y leyéndola y vendiéndola. ¿He oido a alguien decir que no le gustaban los relatos? Ah, eso es que no habéis leido a Alice Munro.... 

Bibliografía por orden de publicación original:
La vida de las mujeres 
Las lunas de Júpiter 
El progreso del amor 
Amistad de juventud 
Secretos a voces 
El amor de una mujer generosa 
Odio, amistad, noviazgo, amor, matarimonio 
Escapada 
La vista desde Castle Rock 
Demasiada felicidad 
Mi vida querida

4/5/13

Librera por un día

 



El jueves y el viernes tuvimos la suerte de contar en la caseta con sendas "libreras invitadas" que se empeñaron con gran éxito ofreciendo algunos de sus libros preferidos: Elisa Sanchis, añorada ex bibliotecaria de la Dirección General de la Mujer; y Carmen Botello, escritora y editora de Nadir. Gracias, chicas.


30/4/13

Tan frescas


El viernes vino a vernos Anna Freixas y trajo su último libro Tan frescas (Las nuevas mujeres mayores del siglo XXI). Concurrida presentación con Isabel Morant y Raquel Lobato; en la caseta 39/40 nos quedan ejemplares de este trabajo realmente  recomendable.

26/4/13

Bien empezamos


Primera tarde de la feria. Bien empezamos.

25/4/13

Hoy se inaugura la feria del libro


Así nos gustaría que fuera SIDECAR para ustedes:
aunque lleguen a la caseta deslustrad@s, que se
marcharan, con su libro bajo el brazo,
pletóric@s  
(En Viveros, del 25 de abril al 5 de mayo,
en la caseta 39/40, junto al bar) 

13/4/13

Tebeos, zombis y...


Segunda "acción" de AVLI, este grupo de librerías que no se resisten a ser meros despachos de libros. Nuevamente en la estación de metro Colón; esta vez la cosa iba de cómics y literatura fantástica y contamos con la visita de ilustradores, guionistas y autores, así como con una invasión de zombis y la presencia (no exenta de polémica) de la mismísima. Libros no venderemos, pero ¿y lo bien que nos lo pasamos... ?

24/3/13

Memorias del subsuelo



 No, no nos referimos a la novela de Dostoievski, sino a la primera acción de AVLI (Asociación Valenciana de Librerías Independientes), de la que SIDECAR forma parte y que este fin de semana se propuso acercar los libros a las criaturas, con la generosa ayuda de cuentacuentos, payasas, autores, dibujantas, músicos, monitoras de manualidades y Metro Valencia. Ahí tienen un par de fotos que dan fe del excelente ambiente. Repetiremos.






19/3/13

Marguerite Duras


Saint-Tropez, Francia 1982
La lavadora
está en medio de la playa, sobre la arena húmeda, cerca de las olas. Como se ha estropeado, Marguerite y Yann la usan de mesa de trabajo y bodega. Han colocado la Olivetti Lettera 22 y las copas de vino encima. En el tambor esconden las botellas de burdeos.
Llevan todo el verano viviendo junto al mar. Durante el día leen y ríen apoyados en la lavadora. Yann va desnudo. Marguerite lleva jersey de cuello vuelto, pantalones a cuadros y gorro de marinero. Al atardecer dan paseos por la orilla, alumbrados por las farolas del paseo marítimo. Por la noche beben. Después, Marguerite dicta palabras en voz alta. Yann escribe.

Yann
La luna está saliendo. Ninguna nube, ni un soplo de viento. Yann se sienta en un taburete frente a la lavadora y coloca una hoja de papel en la máquina de escribir. El mar ruge ante él y la espuma de las olas es plateada. Se humedece los labios con la lengua. Saben a sal. Y están secos. Se agacha, abre el tambor de la lavadora y coge una botella. Llena una copa y, antes de pasársela a Marguerite, bebe un sorbo.
Ella lleva un rato de pie, en silencio, pensando la siguiente palabra del libro que está escribiendo. Yann espera, con las manos abandonadas sobre el teclado de la Olivetti. Intenta concentrarse en Marguerite. En las palabras que de repente le dicta. Palabras con aire entre ellas. Pensadas de una en una.
Marguerite logra escribir algunas frases. Esto fluye. Eres adorable, Yann. Pero ahora, cuál es la siguiente palabra. Quizás no sepa ya escribir. Qué falta aquí, Yann. No sabes nada. Estúpido. Eres un inútil.
Marguerite grita. Lo de siempre. Lo de ella.
Pero Yann es paciente. Yann no se enfada, no. Yann se levanta del taburete y echa a andar orilla arriba, a grandes zancadas. La voz de Marguerite retumba en sus oídos. La odia. Pero cuando comenzó a leerla supo que ya no había vuelta atrás. Le escribió cartas durante cinco años y al conocerse, se gustaron. Comenzaron las escenas, los insultos, las comidas, el amor también. Quiere a esa mujer intensa con locura. Y sabe que a él le toca aguantar, evitar la ruptura del vínculo que ella hace y deshace a cada instante. Ese vínculo que ella desea a cualquier precio y que de manera casi simultánea quiere destruir. Además, se le pasará. Siempre se le pasa. Encontrará la siguiente palabra, terminará el libro y comenzará otro. Yann puede predecir sus vaivenes emocionales al milímetro. De repente, le molesta descubrirlo. Pero no quiere pensar más. Solo quiere dormir. Sigue caminando y llega hasta las rocas, donde Marguerite no puede verlo. Se tiende en la arena. Se cubre con la sábana blanca que guarda entre las rocas. Se duerme.


Marguerite
Luna llena. La luz es tan clara que casi parece de día. Marguerite ocupa ahora el lugar de Yann. Sentada frente a la lavadora, se ajusta las gafas y hace girar el rodillo de la máquina de escribir. Luego coge la botella y llena la copa. Bebe. No quiere pensar en Yann. Solo quiere encontrar la siguiente palabra. Pone las manos sobre el teclado. Las manos le tiemblan. El temblor de una vida que limita con la muerte. No, no quere pensar en Yann. Pero ha visto su cuerpo desnudo alejándose de ella a la luz de la luna. Lo detesta. Detesta ese cuerpo resabiado, adolescente, siempre en calma. Odia, sobre todo, la juventud de él, los treinta y ocho años que lo separan de ella. Esa juventud lenta que jamás la alcanzará para envejecer junto a ella. Lo golpearía una y otra vez. Pero está lejos, escondido entre las rocas. Siempre está lejos cuando lo necesita. Por qué no se marcha de una vez? Que la abandone como terminan abandonándola todos. Vete, Yann. Adiós.
Marguerite contempla el rectángulo de papel inmaculado que tiene frente a ella. Se agarra la cabeza con las manos. Cuál, pero cuál es la siguiente palabra. No la encuentra. Tal vez las palabras o su ausencia solo sirvan para verificar el odio. El odio a Yann.
Vuelve a llenar la copa y mira el mar. El color del mar es negro. El azul, en Marguerite, siempre es negro. Bebe. Bebe mil veces. Olvida las palabras. Olvida el aire entre ellas. Lo olvida todo, excepto el cuerpo desnudo de Yann y la botella, que ahora está vacía. Se agacha, saca otra botella de burdeos del tambor de la lavadora. Vacía. Otra. También vacía. Las saca todas. Las lanza al suelo. Se tira a la arena. Hunde la cara en la arena, la muerde. Aumenta el temblor de las manos. Entre ella y ella misma late una hendidura que se ensancha y amenaza con romperla. Como las palabras que le estallan en los dedos antes de llegar a teclearlas.
Se calma un poco. Busca. Finalmente encuentra un resto de vino en una botella. Suspira, aliviada. Se limpia la cara con el dorso de la mano. Se levanta tambaleándose, con gesto espeso. Se sirve el vino y se lleva la copa a los labios. Bebe un sorbo. Los temblores cesan. Alza la copa. Mira el rojo. Ve el rojo. Lo único que importa es el rojo del vino. Le gusta ese rojo. Yann, mira este rojo.

Marguerite y Yann
Marguerite echa a andar con la copa en la mano, dibujado eses en la arena. Camina despacio, cuidando de no verter el rojo. El rugido del mar la aturde. Vadea la orilla. Llega hasta las rocas y busca a Yann. Está acostado en la arena, al amparo de dos grandes rocas, tapado con la sábana blanca. Marguerite se acerca. Trata de sentarse sin caerse y deja la copa en la arena.
--Yann --susurra.
Le toca suavemente el hombro. Él extiende el brazo izquierdo y se aparta un poco para dejarle sitio. Marguerite se tiende en la arena y rellena el hueco a su lado. Yann la abraza. Marguerite cierra los ojos, tira un poco de la sábana hacia ella. Mañana mandará arreglar la lavadora.

De: Anna R. Ximenos, Interior azul
 



1/2/13

2012




Año nuevo. Son tiempos de efemérides, tiempos de balances. Echando la vista atrás a este año que acabamos de dejar, lamentamos sobre todo pérdidas. De pagas extras, de derechos civiles —aquí y en el norte de Mali— y de grandes, grandes mujeres. Así, nada más empezar el año, se fue Eve Arnold, mítica fotógrafa de la Magnum y autora de algunos de los retratos de la Monroe y de la Dietrich que todas tenemos pegados a la retina. Se apagó la sonrisa tierna y melancólica de Wislawa Szymborska, inconmensurable poeta y premio Nobel polaca. Nos dejaron Elena Catena, profesora de literatura y editora de la colección Biblioteca de Escritoras de Castalia; Isabel Núñez, a quien dedicamos un pequeño homenaje en otro lugar; Felicía Fuster, poeta y pintora catalana y Esther Tusquets, emblema de cierta época editorial de esplendor y escritora de estilo inconfundible. Dejaron de recordar Teresa Pàmies, cronista del exilio y Lise London, militante comunista y miembra de las Brigadas Internacionales y de la resistencia francesa. La reportera Marie Colvin fue asesinada en uno más de los sangrientos conflictos de los que había ido dando cuenta y de los que nadie quiere saber, y Sally Ride, física y astronauta norteamericana, emprendió su viaje más largo. Se extinguieron el peculiar humor de la guionista, escritora y directora de cine Nora Ephron, y el estupendo quehacer literario de la argentina Alicia Steimberg que tiene en su haber una de las contadas obras eróticas que me gustan. Luego, abrió una herida incurable en nuestras almas la muerte de Adrienne Rich, nuestra poeta, pensadora y referente moral más querida. Se fue Françoise Collin, a quien debemos un sinfín de reflexiones sobre arte, política y feminismo. A la no por esperada menos dolorosa muerte de la Chamana, Chavela Vargas, se sumaron las de Whitney Houston, Donna Summer, Etta James y la pionera country Kitty Wells. Finalmente, recordamos a Domitila Barrios de Chungara, la líder obrera que, hace muchos años, puso para mí “Bolivia en el mapa” (como si no hubiera estado siempre allí). Y el año terminó con la noticia de que tampoco Rita Levi Montalcini, ilustre neurobióloga y premio Nobel de medicina, era inmortal.

Sigan leyendo:
Lecturas no obligatorias, de Wislawa Szymborska.
Instante, de Wislawa Szymborska.
Mis postales de Barcelona, de Isabel Núñez.
Obra poètica, de Felicia Fuster.
Trilogía del mar, de Esther Tusquets.
Confesiones de una editora poco mentirosa, E. Tusquets.
Memòries de guerra i d’exili, de Teresa Pàmies.
Roja primavera y Memoria de la Resistencia, de Lise London.
El cuello no engaña, de Nora Ephron.
Amatista, de Alicia Steimberg.
Vidas y vueltas, de Alicia Steimberg.
Sobre mentiras, secretos y silencios, de Adrienne Rich.
Antología poética (1951-1981), de Adrienne Rich.
Praxis de la diferencia: liberación y libertad, F. Collin.
Dos vidas necesito (Las verdades de Chavela), M. Cortina.
Si me permiten hablar, de Domitila B. de Chungara. Agot.
Elogio de la imperfección, de Rita Levi-Montalcini.
Un error, de Carmen Botello y Susi Artal.