28/9/10
De las cartitas 94 y 95
Memento Mori, de Muriel Spark. A finales de los años 1950, diversas ancianas y ancianos de posición acomodada reciben llamadas anónimas que les instan a recordar que deben morir. Este acoso remueve viejas y actuales relaciones, afloran los celos, las mezquindades, los conflictos, añejos sentimientos de culpa... y cada uno reacciona de acuerdo con su enjundia moral. Hilarantes y terribles retratos en las antípodas de los viejecitos beatíficos y decorosos. Brutalmente genial. 276 pp. / € 20.00
Diario de un ama de casa desquiciada, de Sue Kaufman. Confesaré que pensaba "liquidar" esta novela original de 1967 (el tiempo de La mística de la feminidad) en un tris y que, en contra de lo esperado, me quedé atrapada. Atrapada por la voz de Tina Balser, hija de la clase media alta, esposa de un joven abogado en Manhattan -estirado, cada vez más existoso y más insufrible- y de sendas criaturas a su imagen y semejanza. Atrapada por su sentimiento perpetuo de incompetencia, la pérdida de sí, la culpabilidad. Agudo y agridulce retrato, entre la tragedia y la carcajada, de una situación que los años no han invalidado, por desgracia. Un clásico. 330 pp. / € 21.95
La casa del mirador ciego, de Herbjorg Wassmo. La conocíamos de una novela magna de hace unos años que pasó sin pena ni gloria (Dina), así como de uno de las mejores relatos de la antología de escritoras noruegas, Mujeres de los fiordos. Aquí relata, con suma contención y, justamente por ello, con gran resultado emotivo, la severa vida de unos personajes en una pequeñas población en el áspero norte del país. Corren los años posteriores a la segunda guerra mundial y Tora, hija de una madre devastada por la vida y de un alemán miembro del ejército invasor que era su gran amor, tiene que lidiar con la ausencia materna y los abusos de su padrastro. Pero allí están ese otro modelo de mujer que representa su cálida y briosa tía Rakel y su propia fuerza que le ayudarán a encontrar el camino. Dicen que es la primera parte de una trilogía. Esperamos impacientes la continuación de una historia maravillosamente contada. 282 pp. / € 19.50
He de tener libertad, de Isabel Oyarzábal de Palencia. Se traducen por primera vez al castellano las memorias de una de las fundadoreas del Lyceum Club y destacada intelectual republicana: traductora, periodista, dramaturga y primera mujer embajadora española. Carmen le encuentra "momentos divertidísimos" y concluye: "El recorrido por el movimiento feminista internacional y sus representantes me hace consciente de que cuanto más leo más advierto los grandes desconocimientos que tengo sobre un tema que parece tan trillado. En fin, un gran regalo de libro, para recomendar a las lectoras republicanas, históricas..." 468 pp. / € 28.00
Cuatro hermanas, de Jetta Carleton. Un libro fabuloso para el verano. A principios de los años cincuenta del siglo pasado, y como cada año, las hijas de Callie y Mathew Soames se reúnen en la granja de Missouri junto a sus padres donde disfrutan de compañía, añejas complicidades y tantos y tantos recuerdos, dulces y dramáticos. A partir de allí se despliega la historia de esta familia estadounidense durante la primera mitad del 1900: en torno a un padre rígido de firmes propósitos pivotan una esposa (aparentemente) entregada y cuatro hijas que, cada una a su manera, ensayan sus rebeldías y tratan de encontrar su camino. A pesar de todas sus deficiencas es un canto a la familia y, sobre todo, a la tierra, las bellezas de la naturaleza que da frutos, primor y quebraderos de cabeza: como la vida misma. Hay imágenes que, sin duda, se quedarán conmigo mucho tiempo. 412 pp. / € 21.95
Agua quieta, de Cristina Grande. Treinta y seis textos que -figúrome- nacieron como columans de periódico, pero que conforman un mosaico emocional de recuerdos, historias familiares, comentarios sobre la vida, agridulces y de una gran capacidad de síntesis; repletos de palabras de otros tiempos que C.G. rumia y acaricia. Un gusto, como todo lo de la aragonesa (La novia parapente; Naturaleza infiel). 62 pp. / € 10.00
23/9/10
Genio y figura
La UVI móvil de Sariñena llega enseguida. Son las siete de la mañana. "Es un bloqueo cardiaco", dice la médica más joven. Usan la percha de árbol del dormitorio para colgar los sueros. Mi madre ha descolgado apresuradamente unas cuantas prendas olvidadas, incluso un batín de mi difunto abuelo. Mi madre piensa lo peor. La percha de árbol se queda junto a la cama deshecha de mi abuela. Los aparatos de la ambulancia ruedan por el suelo cuando intenta llegar a Huesca lo más rápido posible. Mi abuela está consciente y piensa que el mal estado de la carretera sería un buen tema para uno de mis artículos. "Menos mal que me teñí hace dos días", dice cuando entro a verla en la UCI del Hospital San Jorge.
El corazón de mi abuela está en huelga pero su sentido del humor permanece inalterable. "Tenéis vieja para rato", dice como si no hablara de sí misma. Ponerle un marcapasos es la únicas manera de que cumpla los 99. "Que espere un poco más tu abuelo", dice con picardía. Las enfermeras le han hecho una coleta alta con una malla para sujetar apósitos. "Estás hasta guapa", le dice mi primo Alfredo. A los tres días es trasladada al Hospital Miguel Servet de Zaragoza. Y dos días más tarde llega a casa con su marcapasos bajo la piel. Cuando se ve en el espejo del ascensor dice horrorizada: "Santo Dios, qué fea estoy; ahora sí que soy vieja." Me pide un bastón y unas horquillas para arreglarse el pelo. Se mete en la cama y dice: "Menuda vejez me espera, aunque me parece que he ganado vista con esta historia... ¡Qué luminoso lo veo todo!"
De: Agua quieta, de Cristina Grande (grande)
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